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Voy retrasado en la entrega del segundo capítulo de las benzodiacepinas por ello os dejo esta entrada sobre los adolescentes.
El autocontrol es
también un aprendizaje de la infancia que vuelve con mucha fuerza en la
adolescencia. Indica la capacidad de mostrarse atento a las normas sociales de
conducta y, por lo tanto, de sentirse integrado en la sociedad.
El perfil del
adolescente típico es el de un ser animoso, inconformista, tolerante con el
desorden. Aunque poco a poco y por las experiencias que va absorbiendo se
vuelve cada vez más una persona seria, atenta a las normas, práctica, menos
errónea.
No nos debe
sorprender que el adolescente desafíe, intente establecer un nuevo orden a las
normas de convivencia social. Su intencionalidad, aunque bien razonada por
ellos/as, va dirigida a satisfacer la tercera ley de la termodinámica: el
máximo desorden posible con la mínima energía dispensada. Este equilibrio rige tanto
en el universo como en nuestros adolescentes. La experiencia irá perfeccionando
este equilibrio. El exceso de desorden conduce a un malgasto de energía para
poderlo mantener y el exceso de orden también.
Es necesario,
entonces, que el adolescente encuentre poco a poco la ecuación más beneficiosa
para él y que a la vez sea compatible con la convivencia con los otros.
Solo cuando la
experiencia no da resultados, modificando la conducta del adolescente, nos
tenemos que preocupar: fracaso continuado en los estudios, oposicionismo y
desorden en casa, absentismo laboral, amistades peligrosas….
Si esto pasa es que
el adolescente tiene problemas. Nadie se deja pillar los dedos repetidamente si
no tiene un motivo.
El fracaso de la
integración social se debe generalmente a un sentimiento de minusvalía personal
delante de lo que el adolescente siente que la sociedad espera de él. Entonces,
incapaz de identificarse con modelos sociales compatibles, se enfrenta al
sistema y sus normas, para ver si éste le acepta y le reconoce. Como que eso no
pasa, el adolescente problemático en lugar de amoldarse se sitúa aún más en el
oposicionismo y se perpetúa y empeora el problema generado.
¿Qué podemos
encontrar detrás de esta falta de integración social?
1.- “Paso de sacarme
el carné de conducir”: conducta antisocial que expresa falta de integración y
sentimientos evitativos.
2.- “Ir al instituto
es una chorrada”: conducta antisocial oposicionista con las normas sociales.
3.- “Se va de juerga
cada noche”: conducta marginal.
4.- “Tiene la
habitación hecha un asco, pero se corta el cabello cada semana”: conducta
desafiante.
5.- “No ha ido a
trabajar porque dice que el encargado le tiene manía”: conducta evitativa.
6.- “Es un rollo ir
con los padres. No me dejan vestir a mi manera. Son unos carcas”: conducta
oposicionista.
7.- “Robo móviles
para tener dinero”: conducta antisocial que expresa una falta de tolerancia a
la frustración.
Detrás de una falta
de integración social al mundo de los adultos siempre hay un problema de
aprendizaje del autocontrol. Bien sea por la genética, bien por una
imposibilidad de educación eficaz. Son estos dos factores (independiente de los
traumes fuertes y su digestión) los que condicionan la “rebeldía” de nuestros
adolescentes (sea activa o pasiva).
Cuando observamos
que nuestro hijo/a adolescente se cierra demasiado en conductas que son como
mínimo para-sociales, hay que actuar. Se debe mantener los límites cueste lo
que cueste y es necesario respetar aquellas tendencias o conductas que no
afectan al mantenimiento de una buena salud mental: no problemas en las esferas
social, legal y familiar.
No tenemos que tener
miedo de cuadrarnos en la no aprobación de conductas francamente marginales o
insanas. La mayoría de los adolescentes reaccionarán al ver que si se saltan
los límites pierden derechos. Algunos, incluso lo agradecen en su interior.
Pero desgraciadamente, hay personas que no les gusta salir por la puerta y se
atascan en el intento de salir por la pared. No es simplemente tozudez, es el
deseo de sentirse individuos.
Ya vimos que la
forma de manifestar esta “tozudez” es múltiple y variada.
Por lo tanto, ante
una conducta desajustada tenemos que intentar poner límites sin anular la
personalidad del adolescente y si eso no da resultado, os recomiendo que
busquéis la ayuda de especialistas.
Es bien cierto que
cuesta aceptar que necesitamos a otros para hacer madurar a nuestro hijo/a.
Suena a fracaso. Quizás lo es, quizás no, pero dudando no haremos nada. Es
necesario reconocer cuando “el asunto se nos escapa de las manos”.
La siguiente entrada espero que pueda ya ser la segunda de las benzodiacepinas.
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