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Ya mencionamos en la anterior entrada (http://projecteoriol.blogspot.com.es/2012/10/maltrato-1-2.html)
que éstas relaciones no se configuran de manera inocente de entrada. Hay
datos que así lo confirman cuando ello viene a la memoria.
Entonces, ¿qué ha de ocurrir para que una persona se
enamore de otra que la hará sufrir?, ¿cómo son los inicios de dichas
relaciones?
También mencionamos que hay dos tipos básicos de conducta
en posibles maltratadores: los encantadores y los chulos de entrada.
Os preguntaréis cómo un chulo de entrada puede enamorar a
alguien; la respuesta es que de entrada es chulo con los demás para seducir a
la otra parte. Pero ya muestra una conducta poco menos que violenta.
Los halagadores son más lentos pero se ve en su intención
el conseguir un resultado: halagar. Y en sus ojos no se ve amor sino deseo de
posesión.
Las víctimas lo perciben pero lo malinterpretan. No hacen
caso de la voz interior que muestra disonancia. Ello es así porque desean tener
a alguien a su lado que les dé seguridad, confianza y que las desee más que no
las quiera (o confunden lo uno con lo otro).
Siempre llega el día de la primera “sugerencia” o “queja”
o “mandato real” por parte del maltratador. Una opinión sobre el vestir, el
pelo, el maquillaje; o una opinión sobre las mujeres en general, o sobre cómo
ha de funcionar una familia, o sobre quien gestiona la economía familiar; o una
opinión ante una noticia de maltrato u homicidio de género.
Pero la pareja puede no darse cuenta o en un intento de
no perder, lo relativiza.
A partir del primer signo dictatorial, si este no es
suficiente para hacer salir corriendo a la otra parte, se entra en la relación
del maltrato. Aquello que se consiente, crea norma en las relaciones.
Se genera así un contrato de convivencia o de relación
donde el hombre (o la mujer) impone sus reglas a la pareja. Dicho contrato se
va ratificando por los datos que progresivamente se van acumulando: actitudes
cada vez más dominantes, comentarios sobre noticias, charlas distendidas con
parejas amigas, etc. La víctima siente cada vez más miedo. Aun no la ha tocado,
aun no la ha insultado, aun no la ha pegado pero el miedo empieza a latir de
manera poco consciente.
La reacción sigue siendo de no “Basta!”. El miedo y el
deseo de tener al agresor contento se van apoderando de la persona, a la vez
que la voz interior que dice “Para, ya!” aumenta en intensidad.
Y llega el día en que se le lleva la contraria. Puede que
haya pasado poco o mucho tiempo desde el contrato de relación. Pero siempre
llega. Y llega bien porque el otro cada vez exige más y da menos o porque se
consulta con las amistades (pocas veces con un profesional) o porque se
identifica con una de las historias que se cuentan en los medios.
Llevar la contraria es una amenaza para el maltratador;
no lo puede aceptar, ni tolerar, ni consentir y actúa. La primera vez solo son
discusiones, algún portazo o un zarandeo. Pero ello ya da mucho miedo a la
víctima…
Hay dos argumentos para el maltratador: “Tú no me puedes
dejar” y “Tú no me vas a dejar”. El llevar la contraria, el opinar, el simple
derecho de opinar produce en el maltratador la sensación de pérdida de control
y con ello de pérdida de seguridad. Unos lo hacen por miedo y otros por orgullo
pero la razón es el miedo.
Hay maltratadores que piden perdón y hay que solo
castigan. Los que castigan, tras el enfrentamiento, sancionan. Los que piden
perdón, intentan demostrar que son buenos.
Hay quienes acaban aceptando que tienen un problema y se
ponen en tratamiento. Ello ocurre en algunos que tienen miedo que les dejen y
casos de toxicomanía.
Pero en otros casos, la tensión va subiendo poco a poco.
Puede que la víctima intente o logre cortar la relación pero también puede que
ello se viva como una afrenta imposible de aceptar o genere un vacío en el
interior del maltratador.
Sea como sea, la tensión llega a un extremo que la
relación se considera un acto de vida o muerte y el maltratador actúa.
Bien es cierto que hay casos, como el de los ancianos que
lo que se produce es un hartazgo de la relación sin posibilidad ya de iniciar
otra vida. Pero estos casos, curiosamente pertenecen a otra tipología que no la
que estamos comentando. Quizás un día hable de ella.
¿Y cómo la sociedad puede prevenir mejor los maltratos?
Veamos, hasta ahora la administración tiene programas de
prevención en la escuela, entidades públicas o asociaciones que hacen
constantemente campaña sobre cómo prevenir, detectar y actuar en caso de
sospecha de maltrato, hay asesoramiento en todos los municipios, conseguir una
orden de alejamiento no es difícil ya que la jurisprudencia opta por prevenir,
la policía es intervencionista ante cualquier sospecha y el derecho penal es
bastante contundente con las penas; entonces, ¿Qué falla?
Una parte de las víctimas no denunció maltrato previo
pero otra parte importante (quizás el 50% o más) sí que lo hizo y el mecanismo
judicial funcionó pero no acabó siendo eficaz.
Ello nos lleva a la conclusión de que lo que ocurre es
que la protección social es insuficiente para reducir las estadísticas.
Y la protección social se basa en los presupuestos. Lo
que ocurre es que aquí aparece el algoritmo de la seguridad el cual dice que
conseguir una protección que evite un 50% de riesgos es muy barato pero cuando
intentamos subir hasta el 100%, el coste sube de manera exponencial. Ello indica
que pasar de 90% al 100% tendrá un coste ilimitado (impagable).
Y aquí nos encontramos con el dilema de lo que vale una
vida.
Seguro que la violencia de género disminuirá cuando sea
más barata la prevención y ello irá en función del descubrimiento de nuevas
técnicas de educación, detección, atención-tratamiento y reinserción.
Puedes ver la primera parte en: http://projecteoriol.blogspot.com.es/2012/10/maltrato-1-2.html
Puedes ver la primera parte en: http://projecteoriol.blogspot.com.es/2012/10/maltrato-1-2.html
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