SALUT MENTAL

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martes, 7 de agosto de 2012

¿ESCOZOR ANAL o PARAFÍLIA?

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Lo que voy a contaros es un caso real y nos ilustra sobre lo importante que es antes de realizar un diagnóstico psicopatológico, descartar cualquier posible casa orgánica que pueda simular o hasta generar un trastorno mental.

Hace cosa de un par de años, un psicólogo conocido me mandó un paciente cuya historia era, como poco, rara. El psicólogo detectó que algo no cuadraba y por ello me lo derivó.

Le llamaremos Juan. Juan acudió a mi consulta realmente estresado, obsesionado y con un grado de sufrimiento anímico importante.

Juan tenía 34 años, vivía solo, no tenía pareja, trabajaba de camarero. Era (y es) una persona bastante simple, bastante introvertida, solitaria, buena persona.

A la edad de 25 años más o menos pasó por una época de consumo de alcohol y cocaína. Ello le permitía desinhibirse y relacionarse más. Salía los fines de semana que libraba e iba de copas hasta una hora bastante prudente. No tenía éxito con las mujeres y cuando llegaba a casa se duchaba y se masturbaba. Me contó que se le ocurrió hacerlo mientras se introducía el dedo en el ano. Ello lo contaba con aire apesadumbrado y avergonzado.

Esta conducta la desarrolló durante unos meses, hasta que al final decidió acabar con el consumo y las salidas ya que le conllevaban más problemas personales que otra cosa.

Al cabo de más o menos un año de finalizar con dichas conductas empezó a sentir un escozor en el ano, interno. Un escozor que le provocaba ganas de rascarse por dentro. El hacerlo solo le llevaba un alivio temporal y otra vez empezaba con el escozor.

Juan empezó a asociar dicho impulso irresistible de ponerse el dedo en el ano para calmar dicho escozor con la conducta onanista expuesta. Ahí empezó un sufrimiento psicológico ya que él no lo quería hacer pero no podía evitarlo.
Empezó a pensar que se había vuelto loco o que por alguna razón estaba recibiendo un castigo por su anterior “vicio”.

Acudió a varios psicólogos y sexólogos antes de llegar al que me lo derivó.
Unos le decían que tenía que aguantar el impulso para así descondicionarse. Otros le decían lo contrario: que ello no era ningún pecado y que por tanto se desangustiara. Otros le querían psicoanalizar porque estaban convencidos de que ello era una fijación anal y que tenía que ver con su infancia. Hubo quien le dijo que “saliera del armario” ya que estaban convencidos de que era homosexual.

A nadie se le ocurrió que quizás había una causa física real en el cuadro.

Ello ocurrió así porque Juan contaba sus creencias y los demás se las creían. Creían el vínculo entre escozor, impulso irresistible y remordimientos por haber actuado así en el pasado.

Nadie consiguió una mejora en el cuadro y Juan estaba realmente hundido. Confundido, agotado, desesperado. No se sentía libre. Tenía un alto grado de ansiedad y remordimientos. Había llegado a pensar en quitarse del medio con tal de acabar con dicho sufrimiento.

El diagnóstico psiquiátrico era compatible con un trastorno adaptativo crónico (ver: http://projecteoriol.blogspot.com.es/2012/05/el-trastorno-adaptativo-1-conceptos.html) de más de 6 meses de duración donde el estresante actúa de manera ininterrumpida. En este caso el estresante era el escozor anal y la necesidad imperiosa de ponerse el dedo en el ano para calmar el escozor, junto con los remordimientos y sentimiento de culpa.

Una vez oída la historia y explorado su estado mental, llegué a la conclusión que Juan estaba equivocado. No había “magia” en el cuadro conductual. La causa del escozor no podía ser psicológica. Así que me dediqué a explorar como era este escozor, donde se situaba y como fluctuaba a lo largo del día.
Si consultamos cualquier manual de medicina que hable sobre el escozor anal interno veremos que puede deberse a un eczema, a una infección bacteriana o por hongos. Las hemorroides i las fisuras anales producen escozor pero és un escozor doloroso.

Evidentemente los baños de asiento, así como el rascarse introduciendo el dedo produce un alivio placentero, como cualquier otro cuadro dérmico idéntico. Pero dicho alivio no tan solo es momentáneo sino que generalmente el escozor reaparece de inmediato y de manera más intensa. Resistirse al rascado de un escozor de dichas características es difícil.

Cuando ya tuve el cuadro claro se lo comenté a Juan el cual se quedó pasmado. No podía creer que lo que le ocurría no tenía nada que ver con su conducta en el pasado, ni con la homosexualidad, ni con Freud.

Lo remití a su médico de cabecera con un informe breve en el que exponía el caso y mis conclusiones. Le prescribí un antidepresivo y un ansiolítico suave para atajar el cuadro adaptativo y el estrés concomitante.

Hice un seguimiento telefónico del caso. Fue a su médico de cabecera el cual le exploró el ano y diagnosticó un eczema. Se le prescribieron corticoides tópicos. Juan me llamó un poco preocupado porque tenía que introducirse la pomada en el ano y ello le daba miedo ya que le había dicho un sexólogo que no lo hiciera (como ya os he contado). Le calmé y animé a seguir con el tratamiento. Al cabo de una semana me llamó para decirme que ya se había ido el escozor.

Lo cité por última vez y repasé su conducta higiénica anal. Añadió que él siempre que defecaba se lavaba luego en el bidet. Le comenté que ello era muy higiénico y le pregunté si se secaba bien. Me respondió que sí. Luego a más preguntas respondió que los escozores aumentaban al poco rato de lavarse. Deduje que la humedad junto con la cal del agua o el cloro, eran las causantes del eczema. Le recomendé encarecidamente que se secara bien a fin que no quedara humedad.

Me llamó al cabo de un mes para decirme que ya no había vuelto a tener escozores y que se encontraba bien de ánimos. Quedamos al cabo de 5 meses, si todo iba bien, para retirarle el antidepresivo. Cuando acudió, seguía limpio de sintomatología.

Como podéis ver es un caso muy bonito pero muy desagradable para quien lo sufrió ya que el dolor físico y psíquico duró casi 8 años.

domingo, 10 de junio de 2012

DEPRESION EN MENORES y ADOLESCENTES-3, indecisión, endógena


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BLANCO O NEGRO

Hay otro tipo de estado depresivo que tiene que ver con la imposibilidad de escoger entre dos opciones, generalmente opuestas y excluyentes. La causa de caer en este tipo de depresión suele ser el agotamiento psíquico.

Pondremos un ejemplo: imaginémonos un señor que tiene un burro en la era. El hombre se ha despistado y no ha dado de comer ni de beber al pobre animal en días. El burro se encuentra en el centro de un patio circular, atado con una cuerda a una estaca, de manera que puede recorrer todo el patio.

Cuando el hombre se da cuenta le pone un cubo de agua en un extremo del patio y en el extremo opuesto le pone un cesto con comida.

El animal se pone contento y desde el centro se acerca a uno de los recipientes, pongamos que al de la comida. Pero cuanto mas se acerca mas sed tiene, de manera que retrocede para ir a beber agua. Entonces le pasa lo contrario, cuanto mas se acerca al agua más hambre tiene. Total, que al final el pobre animal se muere de hambre y de sed. No ha sido capaz de escoger una opción de entre dos deseadas.

Muchas situaciones en nuestra vida pasan por este ejemplo: Escoger entre dos personas incompatibles pero necesarias (p.ej: dos personas que amamos).

Arriesgarse a dejar un trabajo seguro para iniciar otro no tan seguro pero más deseado. Hacer algo que nos gusta pero que no estará bien visto por el grupo social al que pertenecemos y al que le damos mucha importancia.

Estas situaciones suelen llevar al agotamiento psíquico y provocan sintomatología depresiva, ya que hasta que no encontremos la solución no dejaremos de darle vueltas y cada vez emplearemos más energía hasta que la necesidad de decidir eclipsará cualquier otro interés vital.

Muchas veces, la persona no es demasiado consciente de lo que le pasa hasta que alguien le ayuda a darse cuenta.

Los adolescentes son a menudo presa de estas situaciones paradójicas. Se les debe ayudar a indagar los dos deseos y animarles a tomar una decisión.


DEPRESIÓN SIN CAUSA O ENDÓGENA

Finalmente, no querría cerrar el tema de las depresiones sin hablar de la que tiene una causa endógena. Es decir, aquella que no encontramos una relación causa-efecto. Que no se recuerda exactamente cuando se inició y que se va instalando progresivamente en la vida de quien la sufre.

Generalmente son depresiones que indican una predisposición genética y no es difícil encontrar antecedentes familiares.

Generalmente este tipo de depresión hace su primera aparición entre los 25 y los 45 años pero también es cierto que hay en la infancia y en la adolescencia.

Hay una serie de síntomas que son mas frecuentes en niños y adolescentes y que se deben tener en cuenta en el momento de valorar una posible depresión endógena.

Así en los niños es mas frecuente encontrar crisis de ansiedad por separación (el niño no acepta la idea de la madre o el padre se vayan de su lado), quejas somáticas constantes, irritabilidad exagerada y aislamiento social.

En los adolescentes: irritabilidad, lentitud física, exceso de horas de sueño.

Pero sí que hay una constante: en niños y adolescentes las depresiones mayores suelen ir asociadas a otros problemas mentales, déficit de atención, hiperactividad, trastornos de la alimentación, conductas marginales (droga, delincuencia), problemas de ansiedad.

Es necesario que un profesional haga un diagnóstico correcto ya que lo que en un principio puede parecer otro problema, puede ser una forma de presentarse una depresión grave.

Así un niño o un adolescente siempre irritable, intolerante, travieso o delincuente, que consume drogas en exceso, puede estar manifestando sintomatología depresiva. La depresión se puede tratar bien, tanto a nivel farmacológico como psicoterapéutico pero, antes, es necesario un diagnóstico correcto.

Entonces, a menudo las conductas asociadas suelen estabilizarse o desaparecer. De otra manera podemos intentar tratar la sintomatología asociada y fracasar en el intento.

Aquí acabamos el capítulo de la depresión en menores y adolescentes.

martes, 5 de junio de 2012

DEPRESION EN MENORES y ADOLESCENTES-1

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ESTADOS DE ÁNIMO EN LA ADOLESCENCIA

Consideramos que una persona está deprimida cuando su rendimiento general baja y la notamos apagada y triste.    

Esta sería la concepción de la depresión clásica, pero hay otros tipos de depresión en que la persona no se encuentra triste si no irritable. Los adolescentes suelen expresar los estados depresivos de una manera apagada e irritable.

No todos los estados depresivos se tienen que considerar depresiones. Para poder afirmar que alguien tiene una depresión se debe amoldar a la siguiente regla: como mínimo dos semanas en que casi todo el día y casi cada día la persona se encuentra triste (apagada) o irritable (en caso de los adolescentes).

En los adolescentes es muy típico que haya días o momentos depresivos (en los adultos también. Es aquello cuando decimos “hoy tengo un mal día” u “hoy todo lo veo negro”). En los adolescentes, la alternancia euforia-depresión es más frecuente que en los adultos. Y, por lo tanto, no nos tenemos que preocupar.

Cuando un adolescente manifiesta un estado depresivo suele ser causado por una frustración a sus demandas, intenciones, expectativas, creencias, etc.

Digamos que el adolescente se recalibra y, por lo tanto quiere encerrarse en su interior hasta que no integre aquello que le ha sorprendido. Una vez hecha la “digestión” de la causa, la persona recupera su estado de humor anterior.

Pero hay otros estados que sí nos tienen que preocupar… De éstos nos ocuparemos en los siguientes artículos.




¿CÓMO PODEMOS DETECTAR UN ESTADO DEPRESIVO?

1.       Sensación de tristeza o vacío, llanto inevitable sin causa aparente, irritabilidad en los adolescentes.

2.       Disminución importante en llevar a cabo o participar en actividades que provoquen satisfacción.

3.       Alteración de la conducta alimenticia: pérdida o aumento de peso.

4.       Insomnio o más ganas de dormir. Sobre todo despertarse a media noche.

5.       Lentitud física. También inquietud y nerviosismo.

6.       Sensación de agotamiento físico.

7.       Sentimiento de inutilidad, sensación de culpa constante sin haber causa objetivable.

8.       Disminución de la memoria y de la capacidad de concentración.

9.       Sensación de muerte o pensamientos suicidas.

Estos síntomas tienen que perdurar en el tiempo (15 días como mínimo) para poder considerar que la persona tiene una depresión grave. El resto de estados depresivos se manifestarán en algún o algunos de estos síntomas y posiblemente responden a una causa externa.

Así, podemos dividir la depresión en dos grandes tipos en función del origen. Cuando no hay un origen claro en el tiempo ni tampoco una causa clara y, cuando hay una relación evidente entre causa y depresión.

En el primer tipo estamos hablando de una depresión endógena y posiblemente de causa genética. En el segundo tipo hablamos de una reacción de la mente ante una causa exterior (frustración, imposibilidad de decidir, muerte de un ser querido, trauma psicosocial – un accidente -, enfermedad física grave e incapacitante…)

Las depresiones se tienen que tratar. Algunas precisarán medicación, otras no. Todas se beneficiarán de la psicoterapia.

Evidentemente el síntoma más peligroso es la intencionalidad suicida.

La próxima entrada hablaremos de las Depresiones Adaptativas y del Duelo en menores y adolescentes.

jueves, 31 de mayo de 2012

EL TRASTORNO ADAPTATIVO-3 Tratamiento

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La atención al Trastorno Adaptativo de manera integral y correcta implica como en muchos trastornos mentales la farmacoterapia y la psicoterapia.

La complejidad del trastorno nos vendrá determinada por:
  1. Las características del estresante:
            1. Agudo (pérdida trabajo, rotura sentimental),
            2. Crónico (bullying, mooving),
            3. Intenso (desahucio, desastre natural),
            4. Leve (suspensos, surmenage laboral estacional),
  2. La personalidad y escala de valores de a quién afecta: hay personas más sensibles que otras, hay temas que afectan más profundamente a unas personas que a otras, capacidad de tolerancia a la frustración, capacidad de aceptación de los cambios.
  3. La existencia de un trastorno mental previo: depresión, ansiedad, etc.
Todo ello hará que el enfoque del tratamiento y su resultado sea distinto. Por ello es muy importante no empezar a tratar un trastorno adaptativo sin haber hecho una exploración de la persona que lo sufre.

Los fármacos básicos ya los hemos comentado en la anterior entrada: antidepresivos y ansiolíticos. Pero en función de la complejidad del cuadro quizás abramos de añadir otros, como por ejemplo el uso de hipnóticos si el insomnio es grave, de sedantes si las alteraciones conductuales son graves, etc. Pero si no hay una patología de base previa a la que el tratamiento antidepresivo dé resultado, hay que irlos retirando a todos. El tratamiento ha de tener una durada mínima de entre 6 y 12 meses una vez controlados los síntomas.

El papel fundamental en la mayoría de trastornos adaptativos no complicados o complejos (asociados a otros trastornos mentales) es la psicoterapia.

La psicoterapia ha de iniciarse cuando el antidepresivo empiece a trabajar bien. Ello suele ocurrir a los 15 días.

A mi modo de entender, la mayoría de los pacientes se benefician en mucho de la terapia cognitiva. Entender, aceptar y avanzar.

Los mecanismos psíquicos que actúan en un trastorno adaptativo son idénticos a los del duelo. De hecho es un duelo.

Negación, ira, pacto con el destino, depresión y aceptación. Hay que recordar que no se dan una detrás de otra sino que van y vienen hasta la resolución:
  1.         Negación: ello no me puede ocurrir a mí, ello no me está ocurriendo a mí. Suele ser la primera defensa ante un evento traumático.
  2.         Ira: es cuando nos enfadamos por lo que nos ha ocurrido. Nos enfadamos con el destino pero como que el destino no tiene rostro lo proyectamos sobre los demás que “están bien”. Es el “No es justo que me ocurra esto a mí” o el “por qué me ha de ocurrir esto a mí si yo no he hecho nada para merecerlo” o cualquier otra excusa. Es una fase de “porqués”  y representa lo bien acostumbrados que estamos al sedentarismo vital.
  3.         Pacto: pactar con el destino (o con Dios) una alternativa dentro del desenlace del evento traumático. Esta fase aporta una reflexión sobre lo acontecido y nuestras responsabilidades (nuestras “culpas”). “Si salgo de esta, me preocuparé más por mi salud” o “por mis amigos” o “por mí familia”, etc. Como si tuviéramos alguna responsabilidad sobre lo ocurrido que aceptándola y resarciéndola el tiempo tirara hacia atrás. En el fondo, el pacto nos prepara para la aceptación ya que todos sabemos que lo acaecido, acaecido está.
  4.         Depresión: Esta etapa discurre como las otras a lo largo de todo el proceso y en el fondo es la manifestación del agotamiento mental al que estamos sometidos, puede tener solo connotaciones depresivas o puede predominar la ansiedad o la irritabilidad u otras alteraciones conductuales, o pueden conjugarse varias. Pero lo importante es entender que todo ello es una manifestación del estrés.
  5.         Aceptación: aceptar es entender de manera no solamente racional sino emocional. No nos gusta lo que ha ocurrido pero ha ocurrido. Es cuando dejamos de torturarnos por algo que ya ha sido. Es cuando hemos de empezar a mirar hacia adelante y a buscar nuevas alternativas vitales. Cuando se acepta, todo se relaja y soltamos amarras del dique seco para volver a navegar; miramos hacia adelante. Seguramente seremos más precavidos y más sabios.
En este proceso el terapeuta ha de acompañar al paciente, guiarlo a veces y sacudirlo otras.

Si el caso es “Normal” con un proceso de 3 meses es suficiente para sacar al individuo del bache que se ha producido en su vida.

El paciente suele llegar de manera muy lamentable a nivel psíquico a la consulta. És reconfortante para ambos (terapeuta y paciente) cuando se produce una evolución favorable en pocos días y cómo el paciente encara su nuevo futuro.

En otros casos, no hay resultados y ello suele ocurrir cuando concurren otros trastornos, sobre todo trastornos de la personalidad. Son personas que se anclaran al avatar y lo convertirán en otra “excusa” para seguir cómo están. Aquí la terapia habrá de centrarse más en el problema de la personalidad que no en lo que ha ido ocurriendo a lo largo de su vida.

Cuando el evento estresante es crónico, nuestra intervención ha de ir encaminada en dos sentidos:
  1. Si el estresante lo provoca nuestro quehacer: bullying, mooving, amenaza de despido, amenaza de separación, habrá que ayudar a la persona a:
    1. Oponerse, o
    2. Ponerse de perfil (dejar de ser el blanco)
    3. Actuar (plantear el hecho que se intenta evitar)
  2. Si el estresante se incorpora a la vida y no puede actuarse cómo hemos indicado en el párrafo anterior, cómo es el caso de cuidar a un familiar de Alzheimer, habremos de convencer de que uno solo no puede y ayudar a la persona a encontrar alternativas.
La vida está llena de situaciones que provocan fracturas en su continuidad, la propia muerte es la definitiva. El miedo siempre presente de perder nuestro estatus, nuestra comodidad, nuestra rutina, nuestra vida, es lo que hace que nos choquemos ante los imprevistos. Pero los imprevistos existen y no siempre hay un culpable con nombres y apellidos, la mayoría de las veces la canoa que choca con la nuestra está vacía, no hay nadie a quien culpar.
 

lunes, 28 de mayo de 2012

EL TRASTORNO ADAPTATIVO-2 Unos sí, otros no.

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No todos los estresantes inciden de la misma manera en un individuo, o lo que es lo mismo: no todos los individuos reaccionan igual ante un mismo estresante.

Ello nos lleva a la variabilidad de la personalidad, del cómo es cada persona.

Los individuos desarrollan su personalidad en función de sus características genéticas y de los eventos o avatares que ocurran en su desarrollo. Así la variabilidad genética se multiplica de forma exponencial con lo que se comprende como educación en su más amplio significado. Ello permite aun más que no existan dos individuos iguales pero, de la misma manera nos permite agrupar a las personas en función de rasgos comunes de personalidad.

Existen estresantes que causaran desajustes en casi todas las personas: muerte de un ser querido, pérdida de empleo, accidente de circulación grave, ser objeto de un acto de violencia física o emocional importante, la comunicación de una enfermedad grave, etc.

Pero por definición el trastorno o el desajuste que produce el estresante, sea del tipo que sea, no puede durar más de 6 meses (a no ser que sea crónico). Y por otro lado, el resultado del estresante en la normalidad del individuo no es lógico, común o normal (por porcentajes poblacionales).

Lo que significa la última afirmación es que ante una pérdida de empleo no se espera que la persona enferme durante tanto tiempo. No se encuentra definición o consenso en lo que debería esperarse en relación a la salud mental de la “normalidad” en relación a la pérdida de empleo, pero uno presupone que tras el bache, si lo hay, la persona debería recuperarse y ponerse en marcha en poco tiempo, quizás unos días.

Luego, la pregunta surge cuando la formulamos: ¿por qué ante una pérdida de empleo hay personas que se ponen a buscar trabajo en seguida, otras que se toman sus vacaciones subvencionadas (que tienen todo su derecho ya que por ello han cotizado) y otras que se hunden en un estado depresivo, ansioso o de alteraciones conductuales?

Es decir, un mismo estresante recoge diferentes reacciones en función de quien lo sufre. Pero, ¿por qué?

Yo, así de pronto encuentro los siguientes factores:
  1. Capacidad de tolerancia a la frustración. Para mí es el básico. La capacidad de tolerancia a la frustración la podemos definir como las herramientas personales que cada persona tiene para afrontar reveses en sus proyectos. Hay gente persistente, tozuda, animosa, conformista, luchadora (fijaos si hay rasgos diferentes) que no se desaniman ante la adversidad. Otras sucumben antes o después a los obstáculos presentes en sus proyectos vitales. Por tanto deducimos de aquí que es muy importante poder relanzarse después de un golpe vital.
  2. Dependencia. Ello pertenece al grupo del miedo, no de la inmadurez, como el anterior concepto. Miedo a perder un status o una condición que teníamos por segura “in eternum”. Ahí es donde encontramos a aquellas personas que nos parecían muy seguras pero que luego se demuestra que su seguridad pende de elementos externos como el ser funcionario o trabajador fijo. Esta inseguridad es también muy frecuente pero es más fácil de afrontar que la otra por la sencilla razón de que las personas dependientes se sienten seguras cuando alguien las guía (trabajo del terapeuta o del allegado).
  3. Timidez. Hay personas que han conseguido una estabilidad a través de ser aceptadas y reconocidas en un grupo social, familiar o laboral. La fractura de dicha estabilidad puede producirles tanta inseguridad como llegar a pensar que nadie más les va a prestar esa confianza si pierden el trabajo (por ejemplo).
  4. Obsesión. Una persona perfeccionista que lo que la motiva en su hacer es “el no hacerlo mal”, puede hundirse ante el  hecho de un despido laboral por creer que lo ha hecho mal. No pensará en que no depende de ella, sino que creerá que algo que no le dicen ha provocado su cese.
  5. Consonancias o resonancias. Ello ya es más complejo pero no por ello menos frecuente. Imaginemos a una persona que en un momento determinado de su infancia sufre un estresante identificable y de reacción justa en un menor como por ejemplo que sus padres perdieran el empleo. Ello significó para la familia un retroceso y una crisis. El o la menor no percibió que la culpa fuera de nadie, sino que entendió que era por causas ajenas a la familia. Lo sufrió mal por los padres, sus hermanos y para sí mismo. Y se dijo a sí mismo que ello no le podría ocurrir nunca (en plan Lo que el Viento se Llevó). Creció e hizo de esta frase objetivo y objeto de su vida. Luego un avatar en el destino le propinó la colleja. Su pasado vuelve a su presente y el miedo a la reproducción de aquellos traumas lejanos reaparece, colapsando su persona.

Seguramente encontraréis más prototipos de personalidades que reaccionan mal ante la presencia de un estresante agudo.

Pero estoy convencido de que entendéis la génesis de un trastorno adaptativo.

En la siguiente entrada hablaremos del tratamiento básico de dicho trastorno.